dilluns, 18 de juliol del 2011

La ciudad de las luces

Publicado en El Periódico del 17 de julio de 2011

El alumbrado eléctrico ha hecho posible el milagro. La ciudad oscura de principios del siglo XIX ha dejado paso a una urbe industrial y moderna que, en su aspecto físico, se parece más a la Barcelona actual que a la de finales del XIX. Los barceloneses tienen ganas de dejar atrás el rigor religioso y las arbitrariedades, los trajes negros y los autoritarismos. A cualquier hora del día y de la noche, la Rambla y el Paral·lel están abarrotados de gente. Hay ganas de disfrutar del nuevo clima de libertad, de aprovechar al máximo cada instante. En los cafés, los tertulianos discuten sobre política, sobre fútbol o sobre la última artista que han escuchado en la radio o que han visto en el cine. Quieren desconectar. Son conscientes de que la chispa puede saltar en cualquier momento. Y pasan cosas, cada día. La sociedad está radicalizada, el desconcierto es general. Cualquier incidente desemboca en un conflicto. Las huelgas y los asesinatos se repiten, proliferan las denuncias, la miseria, los excesos de los que tienen el poder económico y las resistencias al cambio de las instituciones más conservadoras.
La Barcelona de 1936 prefigura, en muchos aspectos, la sociedad de hoy. Hace tan solo tres años que las mujeres han ejercido por primera vez su derecho al voto. Surgen figuras femeninas destacadas en ámbitos tan distintos como la política o la aviación. Desde los altavoces de los mítines, Frederica Montseny reclama para la mujer la igualdad en todos los ámbitos de la vida. Desde el cielo, la piloto de aviación Pepa Colomer la ejerce sin miedo.
En pocos años, ideas y corrientes llegados del extranjero o de producción propia han generado su propio círculo de seguidores. En el campo de la política, triunfan el socialismo, el anarquismo y el catalanismo, mientras que en las escuelas la enseñanza mixta tiene cada vez más adeptos. Se tiende a una sociedad más laica. Des de 1931, las parejas desavenidas tienen la posibilidad de divorciarse.
A nivel urbanístico, Barcelona asimila el legado de la Exposición de 1929 y reconvierte viejos edificios a nuevos usos. Desde 1934, el Palau Nacional es la sede del Museu d’Art de Catalunya y, en la Ciutadella, el antiguo arsenal acoge desde 1932 el Parlament de Catalunya. Las obras del templo de la Sagrada Família y del Sagrat Cor del Tibidabo avanzan a buen ritmo. Mientras, en Diagonal-Passeig de Gràcia se ha coronado el obelisco con una escultura en homenaje a la República que, pocos años más tarde, Franco sustituirá por otra dedicada a la Victoria.
Lo que no ha cambiado es el entorno de la Catedral. Pese a que hace unos años que se ha abierto la Via Laietana, el templo sigue rodeado de callejuelas. Y así seguirá hasta que, a partir de 1939, las nuevas autoridades conviertan los solares dejados por los bombardeos en una amplia avenida.
La ciudad es un hormiguero. Desde principios de los años veinte, tiene más población que Madrid. Barcelona ha superado el millón de habitantes. En poco más de un década ha recibido a más de 300.000 personas procedentes de Tarragona, Lleida y Girona, pero tambien de Aragón, Valencia, Murcia y Almería. Los recién llegados se instalan en casa de algún familiar en la Torrassa, Collblanc o Can Tunis. Los que tienen menos suerte, en una barraca en el Somorrostro.
Surgen barrios nuevos en Torre Baró, Turó de la Peira y la Trinitat. La población de Sant Adrià se multiplica por cinco, la de Santa Coloma por cuatro y la de l’Hospitalet por tres.
La esperanza de vida de los hombres es de 49 años, de 52 en el caso de las mujeres. Las condiciones de vida han dado un gran paso adelante. La educación es una obsesión para el Ayuntamiento y Generalitat republicanos. Se han propuesto conseguir la escolarización de todos los niños. Se abren nuevos centros, se introducen las colonias infantiles, las actividades extraescolares y asignaturas hasta ahora inéditas como arte y educación física.
Pero la ciudad de las luces también comienza a tener sombras. Los años de la euforia económica quedan atrás. El crack bursario del 29 se traduce en menos pedidos en las fábricas, menos inversión extranjera y la caída del consumo. En un cuarto de siglo la población activa se ha duplicado, así que a partir de 1932 el paro se dispara. El Institut contra l’Atur Forçós, creado por la Generalitat, a penas tiene armas para combatir esta lacra. En 1933, el desempleo en la construcción llega al 50%, y al 33% en el sector metalúrgico.
Muchas familias tienen dificultades para comprar media docena de huevos (1 peseta), un kilo de garbanzos (1,5) o una barra de pan (35 céntimos). Mientras algunos deben renunciar a comprar leche (70 céntimos el litro), las clases pudientes disfrutan de las ventajas de los yogurts de la marca barcelonesa Danone que les recetan sus médicos de cabecera.
La conflictividad social se dispara en las grandes fábricas situadas en los dos extremos de la ciudad (España Industrial, el Vapor Vell de Sants, Can Batlló, la Canadiense, la Maquinista…) y en las pequeñas. Entre mayo y julio se registran 51 huelgas en distintos sectores productivos. Pese a que la Guardia de Asalto, creada por la República, hace lo que puede para mantener el orden público, a menudo se ve desbordada.
Las principales empresas domiciliadas en Barcelona (Compañía General de los Ferrocarriles Catalanes, las sociedades que explotan las dos líneas de metro de Barcelona, la Compañía Transatlántica, Transmediterránea, Catalana de Gas y Electricidad, la Compañía de Fluido Eléctrico, la Sociedad Española de Electricidad y Gas Lebon) están relacionadas con el transporte y la energía. No es casual que la potencia eléctrica instalada en Catalunya haya pasado, en dos décadas, de 7 megavatios a 294. Ni que las calles más céntricas estén este 1936 tan bien iluminadas. Barcelona luce espléndida gracias a la energía que se genera en los saltos de agua del Pirineo.
Las grandes familias barceloneses viven con inquietud la cascada de acontecimientos que sacuden la sociedad. Pero de momento no temen perder sus casas en el Eixample, sus torres de veraneo en Sarrià, Horta o la parte alta de Gràcia. Al fin y al cabo, la victoria del Frente de Izquierdas en las elecciones de febrero ha sido tranquila. La prensa habla de oasis catalán, en contraposición a los disturbios registrados en Madrid y otras ciudades.
Las clases más adineradas frecuentan bares y restaurantes selectos, el Gran Teatre del Liceu y los hoteles, aunque de vez en cuando también se mezclan con las populares. Los grandes ejes donde convergen todos los barceloneses son el Paral·lel y una Rambla transitada a todas horas por tranvías y por unos taxis que, desde hace dos años, han incorporado el color amarillo al negro más tradicional.
La Moños es el personaje más popular de la Rambla. Con un ramo de flores en la mano y pintada de forma exagerada, esta octogenaria se pasea todo el día canturreando canciones incomprensibles. Según los que la conocen, la señora quedó trastocada tras la muerte de su hijo pequeño, atropellada por un coche de caballos.
El Paral·lel es el gran espacio de diversión, allí donde se acumulan los teatros y los music halls. La avenida, conocida por algunos como el Montmartre barcelonés, es una sucesión de terrazas donde los domingos cuesta encontrar asiento. La cerveza es una de las bebidas más solicitadas. En la ciudad hay dos grandes marcas, Moritz y Damm. La fábrica de la calle Rosselló produce cinco variedades adaptadas al paladar de los barceloneses. Por razones obvias, el botellín Estrella Roja se retirará del mercado en 1940. Los barceloneses aún lo ignoran, pero las luces de la ciudad están a punto de apagarse.

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