Publicado en El Periódico del 12 de enero del 2012
El domingo pasado, el programa 30 minuts reprodujo una frase espontánea de quien ha sido el presidente de la Diputación de Castellón los últimos 16 años que las cámaras cazaron al vuelo tras la inauguración del flamante aeropuerto de la ciudad. «¿Os gusta el aeropuerto del abuelo?», preguntaba Carlos Fabra a sus nietos sin ningún pudor. No parecía que Fabra estuviera fingiendo cuando, orgulloso de la obra recién estrenada, presumía ante los pequeños de su aeropuerto. Y decimos su porque quien ha gobernado Castellón así lo considera y porque el centro aeroportuario está presidido por una escultura de 24 metros de altura obra de un artista amigo suyo.
Fabra tiene varias causas pendientes, por cohecho, tráfico de influencias y delito fiscal. Aunque es posible que, como en ocasiones anteriores, los tribunales lo absuelvan, ante una parte de la opinión pública ha quedado retratado, gafas de sol incluidas. De sus palabras se desprende una concepción caciquil de la política que sigue imperando en algunas comunidades. Sin ir más lejos, los expresidentes valenciano y balear se sientan estos días en el banquillo. Las acusaciones que pesan contra Francisco Camps y Jaume Matas son en apariencia poco relevantes. Uno, por haber aceptado el regalo de unos trajes, y el otro, por pagar a un periodista. Pero la percepción de una parte importante de la ciudadanía es que solo vemos la punta del iceberg.
El domingo pasado, el programa 30 minuts reprodujo una frase espontánea de quien ha sido el presidente de la Diputación de Castellón los últimos 16 años que las cámaras cazaron al vuelo tras la inauguración del flamante aeropuerto de la ciudad. «¿Os gusta el aeropuerto del abuelo?», preguntaba Carlos Fabra a sus nietos sin ningún pudor. No parecía que Fabra estuviera fingiendo cuando, orgulloso de la obra recién estrenada, presumía ante los pequeños de su aeropuerto. Y decimos su porque quien ha gobernado Castellón así lo considera y porque el centro aeroportuario está presidido por una escultura de 24 metros de altura obra de un artista amigo suyo.
Fabra tiene varias causas pendientes, por cohecho, tráfico de influencias y delito fiscal. Aunque es posible que, como en ocasiones anteriores, los tribunales lo absuelvan, ante una parte de la opinión pública ha quedado retratado, gafas de sol incluidas. De sus palabras se desprende una concepción caciquil de la política que sigue imperando en algunas comunidades. Sin ir más lejos, los expresidentes valenciano y balear se sientan estos días en el banquillo. Las acusaciones que pesan contra Francisco Camps y Jaume Matas son en apariencia poco relevantes. Uno, por haber aceptado el regalo de unos trajes, y el otro, por pagar a un periodista. Pero la percepción de una parte importante de la ciudadanía es que solo vemos la punta del iceberg.
Ahora que es presidente del Gobierno, Mariano Rajoy intenta dar una imagen centrada y desmarcarse de la España de la corrupción. Lo tendrá difícil. Todavía en el 2008 afirmaba que Fabraera un «ciudadano ejemplar». Salvando las distancias, que son muchas, me ha venido a la memoria la figura de Al Capone, el mafioso que, tras cometer todo tipo de crímenes en los EEUU de entreguerras, acabó entre rejas por una simple evasión fiscal.
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